Chispa de tren

 

 

Recuerdo que fue nuestro primero salario. Como novatos e ingenieros, tres amigos de la universidad, dinero en mano, quizas unos trescientos pesos en la época (cada uno), salimos a festejar. Era entrada la noche y si mis memorias no me engañan: noche oscura, carente de luna. Atravesamos a pie un municipio largo y en cierta medida delgado como una garrocha; pero… éramos tan jóvenes y felices, que ni nos dimos cuenta de los kilómetros que surcamos conversando y riendo.

Puede que tras una hora de caminata nocturna llegamos. El barrio se llamaba joselillo y era muy pobre. Un amontonamiento de casitas precarias que en aquella oscuridad y en tales circunstancias no me parecieron tal, sino más bien una especie de oasis donde encontrariamos el elipsir de la juventud, en cuya búsqueda desesperada padecieron tantos cruzados. Dicho líquido maravilloso a mis veinticinco años tenía tantos nombres como el rostro de Dios.

Llamémosle, para comenzar, Guálfara.

Sí, caminamos unos tres kilómetros para comprar unas botellas de Caguín y emborracharnos hablando mierda a lo largo de la noche; ese era el plan cuando mi amigo, justo a las doce de la noche, tocó en la puerta del tipo que clandestinamente producía el licor divino.

Mi amigo tocó y tocó… y pasaron 100 águilas por el mar, de modo que no nos conformábamos en no recibir respuesta. A cierta altura el guajiro, un ingeniero campesino con iniciativa en exceso, saltó la cerca que delimitaba el patio y a traves de la ventana susurró que no éramos la policia, y que solamente queriamos comprar dos botellas de Espérame en el suelo.

Cierto ruído familiar se escuchó en el interior de la casucha, lo cual nos dejó entusiasmados, hasta que finalmente se encendió un bombillo ruso. Les digo la nacionalidad de la lámpara para situarlos en el momento justo: pleno periodo especial en Cuba. El socialismo europeo en terapia intensiva y en nuestro país aquellas botellitas clandestinas costaban la suma de ciento y veinte pesos cubanos; aproximadamente la mitad de mi salario.

La puerta se abrió y apareció la cabeza de un viejo que se cagaba de miedo. Cuando nos vio sonrientes y tan jóvenes soltó una semi-sonrisa que dejó relucir la pléyade de dentistas profesionales que aquel ser había dejado en la miseria.

Entramos.

El piso era de tierra. La casa tenía dos cuartos. En uno dormía el demiurgo junto a su mujer e hijos, y en otro, hacia donde nos condujo con cierta amabilidad, estaba desplegada una pequeña industria química. Nos presentó al destilador y al serpentín, y nos explicó, con lujos de detalles, el proceso completo de fabricación. No sin detenerse en ciertos detalles técnicos que denotaban maestría en aquel artesano etílico. Al parecer, como no perteneciamos al cuerpo policial, el hombre se encontraba en un estado de felicidad contenida y no se cansaba de hablar…

Cuando llegó la hora del trámite, cada uno de nosotros le compró dos botellas de Chispa de tren, y pagó por la transación dos tercios de su salario como ingenieros de una flamante industria mineradora.

Nos despedimos del hombre y tomamos el camino de regreso que no era corto. Abrimos una botella y nos dimos un largo trago hartos de felicidad.

Entonces el guajiro que era un tipo experimentado en las entrañas del campo cubano nos dijo:

_Ustedes no vieron el mojón?
_Qué mojón? Preguntamos al unísono, estupefactos.
_El mojón que flotaba en el botellón grande. Yo pensé que lo habían visto, pero como no me comentaron nada… imaginé que ustedes ya sabian de las propiedades fermentadoras que ciertos residuos tienen.

Yo miré mis botellas en medio de la oscuridad que una noche sin luna puede proporcionar en los trópicos, y a decir verdad, recordando el trago que ya me había dado, no encontré nada de sospechoso. Entonces me aferré a ellas como un naufrago a un trozo de tabla y decidí, después de darme el segundo y calibrar el sabor dulson de la guálfara oriental, que por nada del mundo iba a desperdiciar aquel único e inolvidable mes de trabajo.

Acerca de jihlopez

Me gusta escribir en mi tiempo libre. El resto del tiempo trabajo como profesor universitario e investigo en problemas matemáticos asociados a la tecnología.
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Una respuesta a Chispa de tren

  1. Alberto Marinas dijo:

    Me encanto la historia.

    Es verdad que la chispa era un trago difícil, pero no había más na’. Pero encima de eso, era una tragedia encontrar quien vendiese, y era totalmente una transacción clandestina.

    Empeze un grupo de FB dedicado a la Chispa de Tren. Quizá y alguien se atreve a recrearlo -con mejores ingredientes- aquí en Miami.

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