TV DE PERRO

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Cuenta una leyenda que cierto forastero llegó a una panadería en São Paulo, Brasil, un 10 de Octubre de 1997. Era un muchacho cubano de 31 años que acababa de matricular la maestría en la Universidad aledaña a la famosa panadería. La USP. El chico quedó maravillado con lo que se ofertaba en aquella esquina de la Avenida Vital Brasil. No caben las delicias inimaginables en el estómago de un alienígena -pensó- si nos pusiésemos a numerarlas.

Pero, dígase por amor a la verdad, que cierto armario metálico, con puertas de un vidrio grueso empapadas de grasa, y circulares mecanismos rotatorios alimentados por electricidad, cuya fuerza motriz animaba la rotación de los pollos ensartados en 6 lanzas, posicionado a la entrada de la panadería, le llamó la atención. Cada barra tiene 5 pollos -pensó- para un total de 30.

Era una TV de perro, tal y como supo después. Ese era su nombre popular. Los emblemáticos y enteros pollos brasileros giraban y se asaban eternamente al compaso del escrutar canino, pues en sus proximidades se acumulaban los perros callejeros.

El cubano se sentó en una barra de la panaderia y pidió un pollo de la TV más una Coca-Cola. El «frango», ya transformado en montaña, venía acompañado con unos panes «a vontade» y patatas asadas en su propio jugo. Un tipo flaco y experto, de cuya habilidad era menester admirarse, cortaba el pollo por sus juntas con una tijera especialmente diseñada para eso y acomodaba sus partes en un coloreado y limpio plato de porcelana portuguesa.

A lo lejos, desde cierto rincón privilegiado de aquella maravillosa fábrica de panes y dulces, dos hombres gruesos, portugueses, dueños y señores de la panadería, observaban al estudiante, sin que éste se percatara que estaba siendo espiado por el imperio Lusitano. El muchacho disfrutaba cada porción, los depredaba como un felino de alguna sabana africana e iba acompañando cada mordida con la Coca, bien despacio pero constante, como si de terminar de chupar cada hueso y de tragar cada pedazo de carne dependiese el futuro de la civilización…

Hasta que de aquella montaña voluptuosa solo quedo la carcasa.

Entonces, uno de los dueños se le acercó al cubano con sumo cuidado, casi deslizándose por el mostrador, como el que sabe que en algo importante para su ancestral curiosidad se está metiendo, y mirándolo a los ojos le preguntó:


-De qué país eres muchacho?

El jóven, acabadito de llegar de su bella isla, flaco como un palo donde se amarran los chivos, dotado de un estómago privilegiado para procesar todos los produtos de la tierra, con solo 5 cortos días en suelo brasilero, aún sin entender al nuevo mundo donde se adentraba, miró al portugués con cierta ironía en su rostro de ojos vivos, pues aquella bella y rara lengua estaba comenzando a escucharla por primera vez en su vida, de tal forma que el grueso señor se percatase de que había entendido su pregunta, y le respondió con otra pregunta:


-Es usted antropólogo o dueño de panadería?

Acerca de jihlopez

Me gusta escribir en mi tiempo libre. El resto del tiempo trabajo como profesor universitario e investigo en problemas matemáticos asociados a la tecnología.
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2 respuestas a TV DE PERRO

  1. GUILLERMO Palmer dijo:

    Como siempre JIHL consigue prender nuestra atención y hacer con que la lectura sea leve y amena. De esta vez me siento más que identificado, pues la TV de perros también me hipnotizo en mi llegada a Brasil. Por un momento reviví mi própria experiência, pero, cómo es de esperar, JIHL nos sorprende con un final inesperado, mismo para aquellos, que como yo, ya están acostumbrados a su irreverente forma de actuar y pensar. Felicidades, fantástico cuento en el que inúmeros imigrantes nos sentimos, mismo que por algún instante, representados.

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  2. Francisco Zaragoza dijo:

    Muy bueno tu texto, Pepe, y revelador, como la fiebre, de que algún mal aqueja(ba) al organismo político de la isla. El buen apetito de tu forastero es directamente proporcional a la escasez avícola y de todo tipo de la que se libró al cruzar la frontera nacional; su suspicacia con el dueño, síntoma de la inveterada precaución de quien creció sabiendo que cualquier pregunta personal pudo o puede haber sido instigada por la insaciable curiosidad de los vigilantes y siempre atentos compañeros de la Stasi, a cuyas averiguaciones conviene responder, como Cristo, con simétricas interrogantes; la jíbara descortesía con el anfitrión, la huella indeleble de las formas de sociabilidad revolucionaria en las que nos criamos, que han hecho moneda corriente de los intercambios urbanos los violentos códigos del presidio. Ya ve usted, compay: resulta que el antropólogo soy yo.

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